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Tito XI

Llevo zapatillas puestas para un recorrido del que huyo, los dedos azules apenas sienten la pluma y el temblor de una muñeca inerte solo permite remedar unos trazos, entre tanta masa de rugosas y toscas telas chamullidas y podridas a la vez por la lluvia,
acostradas con sangre ajena, siento algo de calor, un abrigo puntual en mi espalda baja.

Macucha, macuchita, ¡japuray! el maestro nos va a meter palo vas a ver, ¿habrás traído la tierra que te dijo no? yo agarré uno fresquito, ayer nomás, aquí mira, huele todavía, ves, ¡ayayay! ¡jajaja! ¡cómo a jardín! el abuelo no se molestará, ¿no?

La piel empezaba a bordear de morado el mísero glifo que apenas agarraba forma y la pluma explotaría pronto de tanto estrés, no había fuego cerca, la tierra apenas servía y las lágrimas ya eran hielo.

Ah, ah, eso no me sirve, ah, ah, mula, mala, no tienes, ¡que sí! Mardonio.

Maca, el abuelo está en pleno trance, se habrá metido trago con el adelanto, un conchesumare este, claro pues ahí 'ta su yonque, mira este viejo. Toma, al toque, agarra, mañana vengo con el pastor y le reclamamos la plata, busquemos al Tito ahora,
estará en su cajita todavía... ¡¿pero qué?! ¡Titito! ¡jajaja! mi michi ¡vivito pues! abuelito, papito, gra... ¡corre Machu!¡sal carajo!

Se partió en dos, tres, cinco, la pluma, cuando solo faltaban un par de curvas, no va a funcionar así, el calor ya cubría todo mi abdomen y un derritente sueño empezaba a adormecerme, terminaría muerto así, perdido, con preguntas ¿así me abandonas?
el alivio descansa, sobre todo, ante el firmamento, oportuno para un nuevo viaje, no sé, bajo... azafrán... no duele... apaguen esa luz.