Eran las cinco con cuarenta y tres o cuarenta y ocho de la mañana, una rajadura en el teléfono apretaba la luz y el destello chirriante me fruncía el ceño por la pequeña psicodelia mientras que una masa abominable de carne en mi cabeza rodaba hacia atrás jalándome consigo. Los litros de alcohol en vano me hincharon el cerebro y el frío de un madera podrida cubierta por marrón me soportaba. Aún trataba de leer la hora y noto detrás del celular un bulto negro desparramado en la vereda ¡mi morral! carajo, mis documentos, la llave. Despierto, recojo mi vida y quichicientas palomas vuelan, pero una se queda, me mira, la más asquerosa que he visto, la carca opacaba el negro de sus plumas y varices se enrollaban con fuerza hasta sus retorcidas garras, la veo con privilegio y admiro la creación e interpretación de mi persona, ¿por qué a mí? ¿por qué no la recojo y la llevo a una veterinaria? ¿si fuera una rata, pensaría lo mismo? ¿por qué no deja de mirarme? ¿seré una silueta estúpida más que la ignora?.